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miércoles, 16 de enero de 2013
jueves, 22 de noviembre de 2012
No volveremos a hacerlo
Cuando en el final de los ochenta estudiaba arquitectura técnica, teníamos en Madrid una clase de maderas con un tipo que sabía las virutas de serrín que había en cuarto kilo. Recuerdo -es una de las pocas cosas que se me quedó grabada- que nos decía que cuando en la obra alguien cogía un trozo de madera y lo olía intentando adivinar la calidad, la clase o vaya usted a saber que cualidad no tangible, podíamos tener una absoluta certeza: el tipo era un cretino y no sabía nada de maderas.
Al comenzar a trabajar, un par de años después, empecé a ver como en las obras, hay todo tipo de actitudes en los recorridos de los técnicos por las mismas. Algunos acarician los tabiques con mimo de enamorado, otros dan dos golpecitos suavemente en las puertas, los hay que, frunciendo los labios sobre el mentón en un semicírculo perfecto mueven la cabeza rítmicamente arriba y abajo como aquellos perretes de bandeja trasera de coche, aseverando la calidad o dudando de la misma. El gesto vale para todo. Y si, algunos huelen las cosas.
Un día, un superior mio, vino a la obra y ante unas puertas de madera noble que estábamos instalando se agacho, cogió un trozo de cerco, me miro fijamente, lo olfateo con fruición y volvió a mirarme. Yo, que recordé aquellas enseñanzas sabias, hice de tripas corazón me agaché, cogí un trozo de madera, lo olfatee cual sabueso y dije ¿no está mal, eh?. Mi jefe sonrió satisfecho y pasamos al siguiente asunto.
Viene al caso, por que acabo de ver la última escena de "Quemar después de leer", esa en la que un jefe de una agencia de inteligencia norteamericana le pregunta a un subordinado tras un enredo fenomenal, qué habían aprendido, y el otro, que en realidad no tenía ni idea, le contesta "..a no volver a hacerlo,...supongo,...sea lo que sea que hayamos hecho".
Vivimos tiempos raros para los que trabajamos en construcción, y yo también me pregunto, ¿que habremos aprendido de todo esto?. Y claro, así, sin madera que oler, no se me ocurre nada.
Nota del arquitectador: Durante los últimos días he leído en más de un lugar que la solución a nuestros problemas de hoy está en sentar las bases para poder volver a construir. Si eso no se merece este post, no sé que más puede hacerlo.
martes, 20 de noviembre de 2012
El paseo
Lo primero que pensé cuando me propusieron hacer un artículo sobre la arquitectura de Villaverde es decir que no, no voy a engañaros.
Uno, mientras se mira el ombligo de arquitecto y aparta a un lado esas pelusillas elitistas tan incomodas, cree que le van a llamar del Washington Post el día menos pensado para hablar de la reconversión de la zona cero de NY o quizá de una de esas revistas inmaculadas que hablan de proyectos hechos en Amsterdam o Japón por compañeros de nombres impronunciables.
Pero no. Yo - aquí es donde me presento - soy de Villaverde. De Villaverde de toda la vida. La mitad de esa vida me la he pasado en el Paseo de Alberto Palacios, aunque a mi, como seguramente a vosotros, me gusta llamarle El Paseo.
El paseo, es donde ubico mi infancia y mi adolescencia. El paseo es donde mi madre va al mercado a comprar, donde está el banco que custodia sus ahorros (ay¡¡?), donde están esos otros bancos en los que me sentaba a charlar con mis amigos durante horas. El paseo donde transitamos una y otra vez en ese rito social de caminar arriba y abajo por los mismos sitios y viendo a la misma gente. Donde te saluda el panadero, el butanero y los fumetas se volvían conocidos. Cubierto de arboles que he visto crecer. Escenario de miradas furtivas a aquella chica. Lugar de desencuentros y de vida. Sin más.
Hablo con personas de otros barrios más modernos. Con sus amplias avenidas y esas medianas enormes con jardín y columpios. Y me cuentan las bondades de sus interminables espacios. Sus aceras inmensas en las que no te puedes tropezar con nadie, por que no hay nadie. Con anchas calzadas que da miedo cruzar, pues los coches tienen la oportunidad de lucir sus potentes motores y pasarte por encima. Con calles que cuesta un mundo cruzar, más si eres, digamos un poco mayor.
Y creo que tenemos mucha, muchísima suerte. Y os invito a verlo y a entrar en el mundo de la arquitectura por la puerta grande.
Arquitectura es prácticamente todo lo que nos rodea y que el hombre ha construido. Lo hace, no solo por especular, por ganar dinero -vamos a limpiar un poco nuestra imagen- sino también por vivir mejor, por tener todo más accesible, más a mano, por fomentar las relaciones sociales con nuestros vecinos, la actividad económica de proximidad, las pequeñas tiendas del barrio, los servicios cercanos, la renovación del aire, la circulación cómoda para los vehículos, pero también segura para los peatones.
Arquitectura es prácticamente todo lo que nos rodea y que el hombre ha construido. Lo hace, no solo por especular, por ganar dinero -vamos a limpiar un poco nuestra imagen- sino también por vivir mejor, por tener todo más accesible, más a mano, por fomentar las relaciones sociales con nuestros vecinos, la actividad económica de proximidad, las pequeñas tiendas del barrio, los servicios cercanos, la renovación del aire, la circulación cómoda para los vehículos, pero también segura para los peatones.
Y en eso os aseguro que El paseo, nuestro paseo, es un perfecto ejemplo de urbanismo bien ejecutado, de arquitectura social. De unión entre lo vividero y la actividad diaria, entre los arboles y el asfalto, entre el peatón y el transporte rodado.
Espero en próximos artículos poner el dedo en cuestiones arquitectónicas en las que uno no se fija habitualmente, pero que tienen cierta singularidad. También en Villaverde, claro que sí. Pero permitid que en este primer saludo os invite a disfrutar de esa joya a la que miramos sin ver. El Paseo.
viernes, 2 de noviembre de 2012
No me gusta el Guggenheim
Las cosas como son.
El día que le escuché a un profesor de proyectos decir que la arquitectura no se puede enseñar no perdí la fe en los humanos por que hacía tiempo que la extravié en algún lodazal anterior, pero si que sentí un profundo vacío y un inmenso desprecio por la falta de coherencia.
Por que hubiese sido coherente que ese profesor no se prestase a enseñar a otros algo que él no fue capaz de aprender y todos hubiésemos ganado con ello. Sin embargo la coherencia en arquitectura como en tantas otras cosas de la vida es difícil de mantener y más difícil aún de predicar sin meter la pata.
Y llegamos así a las pocas cosas que me enseñaron y de entre ellas las más básicas. Esa coherencia formal, esa relación con el entorno, con la ubicación, esa respuesta geometrica a unas necesidades de iluminación, orientación y sostenibilidad. Ese hito urbano que lo és sin ser una estatua inerme, con un fin en su diseño.
Y claro, me hablais del Guggeheim, y de Frank Gehry y del deconstuctivismo y de Zaha Hadid (ay) y es que me pongo malo, y tengo que decirlo claramente, NO ME GUSTA EL GUGGENHEIM.
Y no me gusta por varias razones, pero hay una sobre todas las cosas : El guggenheim no se puede copiar.
Me explico:
Si Frank, ese canadiense antes llamado Ephrain Goldberg (demasiado judío para Canada) se hubiese limitado a hacer el museo de Bilbao con esas placas de titanio y esos planos alternados y después hubiese hecho otra cosa en otro lugar, yo, creedme, le admiraría y le tendría en un pedestal.
Por que el edificio, es simplemente genial.
Pero no, Frank, se ha decidido a dejar un little Guggi allá donde le hagan un encargo, ya sea una sala de conciertos en los Angeles o una bodega en Elciego y eso, por mucho que aquel viejo profesor se empeñase en no enseñarme, se me quedó muy grabado. No todo vale para todos los sitios.
En arquitectura tampoco.
Nota del arquitectador: Soy consciente de que como arquitecto debo pleitesía a los colegas que triunfan por doquier, pero ¿que queréis? esta manía del "deconstructivismo" me tiene más que preocupado. Vale que no tengamos nada que construir, pero eso de deconstruir no me gusta ni con las tortillas ni con la arquitectura.
El día que le escuché a un profesor de proyectos decir que la arquitectura no se puede enseñar no perdí la fe en los humanos por que hacía tiempo que la extravié en algún lodazal anterior, pero si que sentí un profundo vacío y un inmenso desprecio por la falta de coherencia.
Por que hubiese sido coherente que ese profesor no se prestase a enseñar a otros algo que él no fue capaz de aprender y todos hubiésemos ganado con ello. Sin embargo la coherencia en arquitectura como en tantas otras cosas de la vida es difícil de mantener y más difícil aún de predicar sin meter la pata.
Y llegamos así a las pocas cosas que me enseñaron y de entre ellas las más básicas. Esa coherencia formal, esa relación con el entorno, con la ubicación, esa respuesta geometrica a unas necesidades de iluminación, orientación y sostenibilidad. Ese hito urbano que lo és sin ser una estatua inerme, con un fin en su diseño.
Y claro, me hablais del Guggeheim, y de Frank Gehry y del deconstuctivismo y de Zaha Hadid (ay) y es que me pongo malo, y tengo que decirlo claramente, NO ME GUSTA EL GUGGENHEIM.
Y no me gusta por varias razones, pero hay una sobre todas las cosas : El guggenheim no se puede copiar.
Bodega en Elciego y auditorio en Los Angeles. Frank Gehry |
Me explico:
Si Frank, ese canadiense antes llamado Ephrain Goldberg (demasiado judío para Canada) se hubiese limitado a hacer el museo de Bilbao con esas placas de titanio y esos planos alternados y después hubiese hecho otra cosa en otro lugar, yo, creedme, le admiraría y le tendría en un pedestal.
Por que el edificio, es simplemente genial.
Pero no, Frank, se ha decidido a dejar un little Guggi allá donde le hagan un encargo, ya sea una sala de conciertos en los Angeles o una bodega en Elciego y eso, por mucho que aquel viejo profesor se empeñase en no enseñarme, se me quedó muy grabado. No todo vale para todos los sitios.
En arquitectura tampoco.
Nota del arquitectador: Soy consciente de que como arquitecto debo pleitesía a los colegas que triunfan por doquier, pero ¿que queréis? esta manía del "deconstructivismo" me tiene más que preocupado. Vale que no tengamos nada que construir, pero eso de deconstruir no me gusta ni con las tortillas ni con la arquitectura.
jueves, 18 de octubre de 2012
Imagenes
Hace unos días, un amigo publicaba una comparativa entre un cultivo biológico al microscopio y una fotografía aérea del urbanismo de Delhi.
A la izqda un cultivo biológico, a la derecha, un barrio de Delhi, en la India en vista aérea. |
Este argumento, como tantos otros que buscan sin cesar los estudiantes de arquitectura para imaginar similitudes e hilos conductores que justifiquen sus soluciones es tan simple, tan rotundo, que roza la genialidad. Por eso se busca una y otra vez.
Hablaba en post anteriores de la buena arquitectura y en como se reconoce casi al instante cuando el que la presencia, se deja envolver por ella.
Os traigo hoy, un ejemplo más de lo que para mí es simplemente una genialidad, una de esas obras que suceden una vez cada muchos años y que elevan a su creador a lo que es sin duda Le corbusier, el Corbu para los amigos: único.
Fachada de la iglesia de Ronchamp. Le corbusier |
![]() |
Arriba una imagen del urbanismo de una ciudad europea, abajo la fachada de Ronchamp vista desde el interior de la iglesia y sus huecos (patios horizontales) dejando pasar la luz. |
Nota del arquitectador: Hasta el Corbu, tiene obras que no son geniales, no creáis que he caído en la mitomanía, pero oye a Niemeyer lo que es de Dios y al Corbu lo que es del Corbu. Y como lo que es genial no hay por que no utilizarlo a Tuñon y Mansilla lo que es suyo:
Fachada auditorio de Leon. Mansilla y Tuñon. Tuve la suerte de hacer una obra con ellos, cosa que el Corbu, no puede decir. |
domingo, 14 de octubre de 2012
Minihistorias y construcción (I)
He tenido la suerte de conocer en las obras, personajes excepcionales en los últimos veinte años.
Siempre - mis allegados lo sufren con estoica paciencia- refiero como aquel ferralla-filósofo, de nombre Arcadio, con el que tenía largas conversaciones en busqueda del ungüento amarillo que arreglase el mundo y pertinaz desobediente a la hora de ponerse el casco, me decía mientras se lo ponía de mala gana al recordárselo yo:
-¿Cascos? ¿cascos?....armas, Miguel, armas y munición es lo que necesitamos.
En una ocasión, mi compañera Virginia, entró pálida en la caseta con un libro de un filósofo alemán que soltó sobre mi mesa como si quemase, diciéndome con irónia: "lo he encontrado en la obra". Finalmente, a ultima hora de la tarde, un muchacho joven, un escayolista entró en la caseta para ver si habíamos encontrado un libro.
-...mmm, no sé, voy a ver - le dije, mientras hurgaba distraídamente en las estanterías donde reposaban, planos, papeles desordenados y carpetas polvorientas- ¿de que autor?
-De Schopenhauer-me dijo.
Le miré fijamente, abrí el cajón de mi escritorio y le ofrecí el libro. El chico dio las gracias y se marchó y aún hoy, me pregunto que habrá sido de él.
En aquella misma obra, en la que yo actuaba como jefe de obra y a la que llegue a mitad del proceso como nuevo contratado en la empresa, pues mi antecesor se había despedido, los problemas con la arquitecta de la dirección facultativa habían sido frecuentes. El segundo día de visita y tras tratar algún que otro problemilla que venía de atrás y que conseguimos resolver, la arquitecta, le preguntó a mí jefe, delante mío, donde me habían encontrado:
-Por un anuncio en la farola* - me adelante.
Me miró, se echo a reír y no volvimos a tener problemas en toda la obra. No más de los normales, quiero decir.
Aquella obra dio para mucho. Una mañana, el encargado de los albañiles entró furibundo en la caseta agitando los brazos por que la ayudante de obra, mi secuaz, una muchacha de apenas veinte años, le había mandado a tomar por donde amargan los pepinos en mitad del patio, donde todo el mundo pudo oírla bien. Me costo media mañana calmar los ánimos Ahora puede parecer mentira, pero hasta hace no mucho, el que una mujer entrase a una obra a dar ordenes era para muchos comulgar con hogazas de ocho kilos. Tanto más si era una veinteañera. En numerosas ocasiones me vino muy bien el carácter de la chica, que hoy, además de buena amiga, es una gran profesional de la construcción. Cierto que no debió decirlo así, pero también es verdad que gracias a que lo dijo un día, no necesito decirlo nunca más.
En otra ocasión, siendo yo ayudante de obra, el jefe de obra con el que trabajaba recibio a uno de los subcontratistas que venía -como siempre- a intentar subir sus precios pues afirmaba perder dinero. Mi jefe, un hombre grandote y bonachon como él solo, se levantó, miró por la ventana de la caseta y le pregunto al otro, un albaceteño rojizo y pachon:
-Oye, ese Mercedes de ahí, el que has dejado en mi plaza, pedazo de cabrón, es tuyo, verdad?
Y le echó de la caseta con cajas destempladas.
En esa obra, teníamos un administrativo borrachín al que nos habían enviado en castigo para que el jefe supremo no lo viese más (palabras textuales) y cuando había visita de la alta jerarquía teníamos que esconderlo y no dejar que se fuese al bar y volviese dando tumbos. Le habían ofrecido una terapia desintoxicadora en una clínica especializada pagada por la empresa. No quiso pues decía que allí le iban a cambiar la sangre.
(continuará.....)
*La farola es una publicación que suelen vender mendigos y gente necesitada en semáforos o a la puerta de los centros comerciales.
Siempre - mis allegados lo sufren con estoica paciencia- refiero como aquel ferralla-filósofo, de nombre Arcadio, con el que tenía largas conversaciones en busqueda del ungüento amarillo que arreglase el mundo y pertinaz desobediente a la hora de ponerse el casco, me decía mientras se lo ponía de mala gana al recordárselo yo:
-¿Cascos? ¿cascos?....armas, Miguel, armas y munición es lo que necesitamos.
El abuelo cebolleta, siempre supe que yo acabaría así. |
En una ocasión, mi compañera Virginia, entró pálida en la caseta con un libro de un filósofo alemán que soltó sobre mi mesa como si quemase, diciéndome con irónia: "lo he encontrado en la obra". Finalmente, a ultima hora de la tarde, un muchacho joven, un escayolista entró en la caseta para ver si habíamos encontrado un libro.
-...mmm, no sé, voy a ver - le dije, mientras hurgaba distraídamente en las estanterías donde reposaban, planos, papeles desordenados y carpetas polvorientas- ¿de que autor?
-De Schopenhauer-me dijo.
Le miré fijamente, abrí el cajón de mi escritorio y le ofrecí el libro. El chico dio las gracias y se marchó y aún hoy, me pregunto que habrá sido de él.
En aquella misma obra, en la que yo actuaba como jefe de obra y a la que llegue a mitad del proceso como nuevo contratado en la empresa, pues mi antecesor se había despedido, los problemas con la arquitecta de la dirección facultativa habían sido frecuentes. El segundo día de visita y tras tratar algún que otro problemilla que venía de atrás y que conseguimos resolver, la arquitecta, le preguntó a mí jefe, delante mío, donde me habían encontrado:
-Por un anuncio en la farola* - me adelante.
Me miró, se echo a reír y no volvimos a tener problemas en toda la obra. No más de los normales, quiero decir.
Aquella obra dio para mucho. Una mañana, el encargado de los albañiles entró furibundo en la caseta agitando los brazos por que la ayudante de obra, mi secuaz, una muchacha de apenas veinte años, le había mandado a tomar por donde amargan los pepinos en mitad del patio, donde todo el mundo pudo oírla bien. Me costo media mañana calmar los ánimos Ahora puede parecer mentira, pero hasta hace no mucho, el que una mujer entrase a una obra a dar ordenes era para muchos comulgar con hogazas de ocho kilos. Tanto más si era una veinteañera. En numerosas ocasiones me vino muy bien el carácter de la chica, que hoy, además de buena amiga, es una gran profesional de la construcción. Cierto que no debió decirlo así, pero también es verdad que gracias a que lo dijo un día, no necesito decirlo nunca más.
En otra ocasión, siendo yo ayudante de obra, el jefe de obra con el que trabajaba recibio a uno de los subcontratistas que venía -como siempre- a intentar subir sus precios pues afirmaba perder dinero. Mi jefe, un hombre grandote y bonachon como él solo, se levantó, miró por la ventana de la caseta y le pregunto al otro, un albaceteño rojizo y pachon:
-Oye, ese Mercedes de ahí, el que has dejado en mi plaza, pedazo de cabrón, es tuyo, verdad?
Y le echó de la caseta con cajas destempladas.
En esa obra, teníamos un administrativo borrachín al que nos habían enviado en castigo para que el jefe supremo no lo viese más (palabras textuales) y cuando había visita de la alta jerarquía teníamos que esconderlo y no dejar que se fuese al bar y volviese dando tumbos. Le habían ofrecido una terapia desintoxicadora en una clínica especializada pagada por la empresa. No quiso pues decía que allí le iban a cambiar la sangre.
(continuará.....)
*La farola es una publicación que suelen vender mendigos y gente necesitada en semáforos o a la puerta de los centros comerciales.
viernes, 12 de octubre de 2012
Políticamente intolerable. Socialmente útil
Los solares.
Esos vacíos urbanos, que durante meses o años se ocultan tras una valla o incluso se muestran impúdicamente al ciudadano, ofreciendo una imagen cada día mas deteriorada. Sin limpieza periódica, sin uso, sin aprovechamiento social, como un tumor en la ciudad.
Pertenezco a un barrio en el que los solares, han constituido una constante urbana. Poco o nada se ha hecho con ellos salvo cuando el beneficio económico estaba más que claro.
Leo en otros blogs de arquitectura y urbanismo, actuaciones que de alguna manera, intentan sacar del ostracismo, la suciedad y la falta de aprovechamiento social, partes del territorio, que como solares que son, forman parte ya de la trama de la ciudad y me llama especialmente la atención que en estos intentos de actuaciones se es especialmente respetuoso, no hay más que ver una de las premisas básicas para poder llevarlas a cabo:
Esos vacíos urbanos, que durante meses o años se ocultan tras una valla o incluso se muestran impúdicamente al ciudadano, ofreciendo una imagen cada día mas deteriorada. Sin limpieza periódica, sin uso, sin aprovechamiento social, como un tumor en la ciudad.
Actuación urbana en Zaragoza |
Pertenezco a un barrio en el que los solares, han constituido una constante urbana. Poco o nada se ha hecho con ellos salvo cuando el beneficio económico estaba más que claro.
Leo en otros blogs de arquitectura y urbanismo, actuaciones que de alguna manera, intentan sacar del ostracismo, la suciedad y la falta de aprovechamiento social, partes del territorio, que como solares que son, forman parte ya de la trama de la ciudad y me llama especialmente la atención que en estos intentos de actuaciones se es especialmente respetuoso, no hay más que ver una de las premisas básicas para poder llevarlas a cabo:
"..Se gestionó con los propietarios los permisos de intervención en los solares, como una cesión gratuita para su uso público transitorio con un mínimo de 12 meses. Así, cualquier intervención que se realizase debía ser reversible...."
Lo cual, me parece muy bien. No vayamos a estas alturas a poner en duda el valor sacrosanto de la propiedad privada. Esto sería políticamente intolerable.
Pero me pregunto: ¿No es también un valor la utilidad social de ese solar cuando no está vacío ¿se puede permitir tener un solar sin una aplicación del mismo durante años? ¿es licito que surjan problemas urbanos como consecuencia de la falta de espacios públicos, jardines, parques, aparcamientos y existan partes del territorio incrustadas en la ciudad que no se utilicen durante años o décadas?
Sirva como ejemplo mi ciudad. Getafe. Existe un problema gravísimo de aparcamiento en el centro, sin embargo existen solares en los que crecen a partes iguales suciedad y malas hierbas y que se podrían utilizar -por ejemplo- como aparcamientos de superficie, dando incluso una productividad económica y social al pueblo y al propietario del solar.
¿No será mejor esto que tenerlo vacío ¿No debería obligarse a darle a esos solares un uso social aunque fuese temporalmente hasta que el propietario decida darle el uso lucrativo previsto?
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